quarta-feira, agosto 16, 2006

samba triste

Baseado nos textos Entreato e Dominical, de Constanza de Córdova Contrucci. Nossa primeira parceria (deve ser o sangue). Malas prontas.

Samba Triste

Blanquecina invadiendo la persiana, se arrastraba la luz por los corredores y todo era solo desorden. Cama, cajones, armarios, pensamientos. Ceniceros llenos, tazas vacías, zapatos y papeles, desparramados todos por el departamento, disputando el parco espacio con el cuerpo recién consciente en la cama, pues era, también, de algún modo, mañana. Así como todo el resto, se desparramaba el tiempo: dos y veinticinco con cara de nueve y treinta. Precisaba comprar cigarrillos, quien sabe beber un café. Abre el armario, excava pantalones, agarra una camisa, procura las chancletas, llave, sale. La calle por demás clara, también con gran movimiento para un domingo, que diablos, con permiso, mi señora. Salir molestaba, mejor era no gastar exposición. La panadería ruidosa y caliente, un expresso y un Marlboro, por favor, y decide también comprar un diario, tres reales, que absurdo, buenos días, digo, buenas tardes. La cafeína ayudaba a despertar, la calle por lo menos parecía más gris, y la mente ya arriscando establecer una simple organización. Una vez despierto, se inicia la caminada de vuelta, doscientos metros de la panadería hasta el edificio, poco, no fuera el maldito semáforo que no abre nunca, el carricoche atrabancando el paseo, y la pereza ahora es prisa. En casa, de vuelta, maldita llave que no abre, correspondencias, cuentas, carta no, ni estoy interesado en descuentos para llamadas internacionales. Resbala por el brazo del sillón y fuma, mira al lado. Pone un samba triste para tocar, junta el despelote en un monte y arrastra hacia un rincón, hasta poder circular y alcanzar el teléfono. La combinación numérica bien conocida fluye rápida entre los dedos y los botones, está llamando. La voz atiende muda, respira un ¿Hola?. Él podría conversar por horas, pasaría días hablando de si, risa casual, voz segura, fuerte. Pero solo contesta un soy yo, seguido de un suspiro del otro, qué tal, bien, y tu, bien, gracias. Más silencio, más suspiros, mira, no es una buena hora, te llamo después, ¿dale? Colgó el teléfono. El después será doce horas más tarde, cuando, llorando, ella llamaría y diría que sí, pero quería volver y quedarse en casa después de todo. Quedarse solo con si mismo en aquél departamento y con aquél olor de humo y perfume, hasta que la organización de las paredes y puertas y cosas reales creciesen y ganasen vida y lo escupiesen para la siempre calle, donde el mundo era muy claro y lleno y ruidoso y dolorido y frío. Hasta ahí, apenas los cigarrillos encendidos uno en el otro, y los dientes contra los labios sin culpa, y las muchas dosis de café al sonido de Jobim. Hasta ahí, él no limpiaría los ceniceros, tampoco cerraría los cajones o arreglaría la habitación. Él había prometido que estaría en la escuela, a la hora cierta.

Había llegado el día. El sonido acallado del ensayo de metales abría espacio, tímido, entre voces de personas en el interior del bar. La escuela de samba se concentraba, ella iba, lentamente, caminando por aquél recinto común, no fuera las máscaras y colores y confetes que componían la escena, pintando y mascarando la tenue realidad dominical. Alguien le sonrió. Su aire desplazado, su rostro limpio y su ropa la dejaban casi mezclada a la fiesta, como quién avisa, tímida y secretamente: "vai passar, vai passar...". La víctima en el escenario. Cantaba. Imágenes en blanco y negro giraban en su cabeza, todas las promesas no cumplidas a cada disparo, a cada fuga solitaria, a cada noticia leída en diarios de tres reales: crimen misterioso, fiesta termina en muerte, asesino desconocido, policía busca asesino. Amor. Cuando terminaba el amor. Había llegado el día.

Fue al baño, preparó su equipaje y volvió la escena del crimen. En el escenario, al fondo, el rostro que nunca estaba ahí. Una primera promesa cumplida. Ella se esconde por detrás de un tipo gordo, cerca de la puerta, en la distancia precisa del tablado. Apunta y dispara. La gente huye a los gritos, el cantautor y los ritmistas siguen la multitud y la policía, después de algunos minutos, encuentra en el bar un hombre muerto con un balazo en la cabeza, al fondo del escenario, y una mujer, en un rincón, cantando un samba triste, llorando sin lágrimas la muerte de su última victima, aquél que de tantas promesas, solo cumplió la menos importante.

“Poco entiendes mi mar
haz derramar las aguas
que guardo y no navegas
es impuesta, es cobrada la sal
no tener para donde ir
es lo que resta
es lo que resta”

3 comentários:

Anônimo disse...

há algo que jamais se esclareceu...

longas cartas pra ninguém??

e o inverno do Leblon, é quase glacial??

beijo

Constanza disse...

amei!!
ainda não sei o que comentar desse.
quero mais parceria, uai.

Constanza disse...

só relendo.
me faz ter mais saudade!